El metro
Correr, correr y correr y lograr pasar antes de que se cerrara la puerta. Otro día por los pelos, otra vez los cinco minutos del despertador casi me dejan por fuera.
Adentro lo común es empujar para poder agarrarse del tubo, como de lunes a viernes. A las 6:30 los invitados a esa reunión matutina parecieran ser las mismas personas. Tan temprano nadie pensaría que tanta gente esté montada en un vagón del metro.
Allí va la señora ejecutiva jugando su Candy Crush. Una mirada rápida a su pantalla me hizo notar que ha subido dos niveles. En los asientos de enfrente el mismo señor cincuentón con melena lee el mismo libro desde hace un mes, mientras que a su lado la mujer gorda con tatuajes se limpia, como siempre, las uñas con el ticket del metro. Y al lado de la ejecutiva, igual que la semana pasada, va el joven que duerme en el vagón luego de salir de juerga. Todo parecía estar condenado a ser igual, pero lo que estaba por suceder nadie lo vio venir.
En los altavoces, los mismos que anuncian las paradas, de repente empezó a sonar una “musiquita”. Al principio parecía un murmullo, pero luego comenzó a subir y a subir el volumen. A la ejecutiva la vi seguir el paso con el pie. El melenudo empezó a tararear y no sé cómo de repente todo el tren comenzó a bailar. ¡A bailar! Sí, a las 6:35 de la mañana todo el tren estaba bailando. Dos minutos más tarde todos juntos hacían una coreografía. Yo no tuve más que dejarme llevar, ya que contra una ola no puedes luchar.
Todos a la izquierda, todos a la derecha. Para abajo, para abajo y de repente, como si fuera un despertador, los altavoces soltaron su típica: “Próxima parada…”. Fueron unos segundos en los que todos, como conejos alumbrados por una linterna, se miraban unos a otros sin saber qué es lo que había pasado. Se abrieron las puertas y fue volver a correr para llegar a la escalera mecánica. Quizá mañana volvamos a bailar todos juntos de nuevo.
Texto realizado por Ramón Gullón para el taller Fotografía Escrita dictado por Mílitza Zúpan